Llamé a mi hermano por teléfono, mientras miraba el paisaje desde el balcón. La ciudad se abría paso frente a este imponente edificio.
—Espero que no me llames para decirme que ya engañaste a tu esposa —dijo apenas contestar.
—Hola a ti también, querido hermano. Yo también me alegro de hablar contigo —dije con sarcasmo.
—¿Qué quieres? Estoy ocupado
Las palabras se me atoraron en la garganta. Era difícil para mí decir lo que tenía planeado. Iba contra todos mis principios y los valores que yo tuve que aprender por mi cuenta.
—Quiero trabajar —dije al final con dificultad.
Hubo un silencio largo del otro lado de la línea.
—¿Trabajar en qué? ¿En tu temperamento?
«Mira quién carajos habla», me limité a pensar, ya que no quería que la conversación se desviará y terminaríamos discutiendo por el choque de carácter.
—Quiero trabajar de verdad en la empresa, tal y como lo hice en Niza. O en cualquier otro puesto que tenga peso. Nada de trabajos de pasantes —hablé con convicci