El muy idiota lo había publicado en sus redes sociales, para que todos se enteraran.
Las llamadas de falsas felicitaciones que lo único que querían conseguir era el chisme de lo sucedido, pasaron a segundo plano. No tuve más opción que apagar el celular antes de que me lo reventaran con notificaciones.
¿Cómo se le ocurría casarse? ¡Se supone que es un perro sin compromiso! ¿Quién le puso una correa? ¿Qué clase de mujer era? Conociéndolo, seguro no la investigó. Si metió a una mujer problemática en la familia, lo guindaría de las bolas.
Me vestí rápidamente y al mismo tiempo, lo más silencioso que pude.
Si despertaba a mi esposa medio desnuda, no me dejaría salir de la mansión. Esa mujer se había vuelto una dictadora desde que descubrió mi operación.
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En menos de veinte minutos, ya estaba abriendo las puertas de la iglesia. ¡La misma iglesia donde yo me casé!
—¿Qué crees qué haces, imbécil? —grité al ver a la feliz pareja de recién casados sentados a los pies del alta