La bandeja con la comida humeante era un peso insignificante en mis manos comparado con el fuego que ardía en mis venas. Clara me había entregado la llave con una mirada de puro terror y yo la había tomado sin decir una palabra. No necesitaba el permiso de nadie, mucho menos el de ella, para entrar en cualquier rincón de lo que me pertenecía.
La llave giró en la cerradura con facilidad. Empujé la puerta y entré.
Kiara estaba sentada en el suelo, junto a la cama, con las piernas recogidas contra el pecho. Se sobresaltó al verme, sus ojos lilas se abrieron de par en par, enormes en su rostro pálido y demacrado por el mal cuidado que ha tenido el día de hoy. Y aún así, seguía viéndose hermosa. Su suave cabello blanquecino caía sobre sus hombros, cubriendo su apetecible busto y sus labios carnosos estaban entreabiertos.
Debería ser ilegal ser así de tentadora.
—¿Cómo…? —Logró balbucear.
—Es mi mansión —dije, enarcando una ceja. ¿En verdad pensó que podía escapar de mí estando encerrada