—¿Hoy no tienes que ir a tus reuniones? —Le pregunté a Alexander, quién seguía con su pijama a las nueve de la mañana—. ¿Y la subasta?
—Hoy solo son formalidades, nada importante. Me quedaré contigo —habló con normalidad, mientras desayunamos.
Quise concentrarme en la medialuna que estaba cubriendo con una espesa capa de queso de cabra, pero no podía evitar pensar que la razón por la cual no iba a esas reuniones era para evitar enfrentarse a los otros empresarios, a la vergüenza que le causé.
—Si le sigues untando queso, perderás el sabor del pan —añadió Alexander, llamando mi atención.
—Sí… Tienes razón.
Por un segundo me perdí en mis propios pensamientos y terminé convirtiendo la medialuna en un desastre de queso. Se veía tan repugnante que lo dejé a un lado y tomé una medialuna nueva.
—Hoy podríamos salir. El clima está templado y el sol de esta ciudad es muy bueno. No te hierve vivo como en nuestro país —Suponía que era su intento de hacer un chiste, pero era difícil s