Hice que Alexander se disculpara por algo que no era su responsabilidad, no la mía.
Él no se detuvo al salir del salón principal, siguió caminando, cruzando el vestíbulo, directo hacía la salida del hotel. ¿A dónde íbamos?
Mi rostro se reflejó en la puerta al salir y pude notar lo horrible que me veía. Mis pies se detuvieron al instante, detallando a la mujer que me devolvía la mirada.
—Kiara, ¿qué pasa? —preguntó Alexander, pero no fui capaz de responderle.
Mi vista estaba fija en mi rostro maquillado.
Mis ojos estaban hinchados y rojos, las lágrimas bañaban mis mejillas, encharcado el rubor que no iba con el tono de mi piel. Y mis cejas… Las había pintado de negro. ¿Por qué? ¿Por qué me había puesto ese color que me haría parecer ridícula junto a mi cabello blanco? ¿La maquilladora me estaba usando como un experimento? ¿Creía que yo era un lienzo en blanco en el qué podía dibujar a su antojo?
Con razón que Vania se burlaba. Esa mujer me había maquillado como un payas