Yo no sabía pelear, nunca lo había hecho. Era más de las que recibían los golpes hasta que se cansaban. Pero no iba a permitir que eso me impidiera luchar.
Sabía que no era bonita, que mi cabello, mis ojos, mis cejas, ¡que todo en mí era raro! Pero ya estaba harta que me lo repitieran, que me recordarán todos los días que era un fenómeno.
—¡Eres una maldita desgraciada! —chillé. Y no me importó decir palabras tan vulgares, no ahora.
Aproveché ese sentimiento amargo y caliente que abarcaba mi pecho para lanzarme contra ella, tomando su cabello entre mis manos.
—¡Estás desquiciada! —gritó, tratando de apartar mis manos, clavando sus uñas hasta que sentí mi piel arder.
Tiré de ella, moviendo su cabeza de un lado a otro, pero Vania no tardó en responder. Jaló mi cabello blanco y el dolor se expandió por mi cuero cabelludo.
Era doloroso, me sacaba lágrimas, pero ni así la solté.
Las mujeres se agruparon a nuestro alrededor, impactadas. Ninguna animaba la pelea, es más, n