Esa Chupacabras estaba aquí, en Niza. Pensé que al menos en Francia, me libraría de la mayoría de las personas de nuestra ciudad. Pero las cosas no eran tan fáciles como me gustaría. Me encontré con sus ojos fríos y frívolos, pero ella desvío la mirada. No por vergüenza, ni porque no me haya reconocido. Sino para ver a Alexander y sonreírle falsamente.
Sentí como si algo se hubiera enroscado dentro de mí.
—¿Qué hace ella aquí? —susurré, aferrándome al brazo de Alexander con más fuerza.
Él siguió mi mirada y su mandíbula se tensó.
—Su abuelo vino por la subasta. La trajo consigo —dijo, su voz baja pero firme—. Tranquila, Kiara. No dejes que te incomode. No vale la pena.
Me sorprendía lo rápido que entendía el problema, pero era de esperar después de como me defendió en aquel evento. El mismo evento donde Marcos apareció por primera vez después de tres años.
Y aún así, cada fibra de mi ser se encogía ante la idea de pasar horas en la misma habitación que ella. Pero antes de que pudi