Capítulo 32

Aranza y Ernesto salieron de la clínica, caminaron por el jardín de la unidad médica, escuchando a los grillos cantar, el crujir de las hojas secas acompañaba su caminar.

—No puedo creer que lo hiciéramos en mi trabajo —expresó sonriente—, imagina si alguien nos hubiera encontrado en plena acción —refirió cubriendo su rostro con sus manos, avergonzada.

Ernesto carcajeó.

—No piensen en eso, por fortuna no fue así —el joven la detuvo, retiró sus dedos de su cara y se acercó para besarla—. Siempre tuve la fantasía de hacerlo con mi enfermera —bromeó, divertido—, aún tengo más sueños por cumplir. —Elevó ambas cejas—, me falta con la maestra, con la mujer maravilla, con una conejita…

Aranza estalló en una risotada.

—Veremos qué tanto puedes cumplir, los mías, para complacerte. —Recordó que hace un momento había superado aquel sueño, con sus piernas sobre sus anchos hombros y suspiró.

Ernesto entrelazó sus dedos a los de ella y caminaron hacia la casa de doña Inés, la chica abrió la puerta
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