—¡Maldita mentirosa!
Ray Finnegan se detuvo en el deck, un pie a punto de cruzar el ventanal. Entonces vio a Stu en un sillón de la sala, de frente a él, inclinado hacia la computadora sobre la mesa ratona, los lentes puestos, cerveza y cigarrillo en mano. Le hablaba a la pantalla. Y le sonreía. Bebió un trago apresurado antes de tipear algo con velocidad insospechada.
—Surfea eso —murmuró con otra risita. Alzó la vista hacia Finnegan, le dirigió un cabeceo de saludo y sus ojos saltaron de regreso a la pantalla.
Flynn Norton apareció con una bolsa de basura en una mano y un tazón de café en la otra. Dejó la bolsa junto al sillón, casi sobre el pie de Stu. Sin apartar su atención de la computadora, Stu vació el cenicero en la bolsa, y descartó la botella y la caja de cigarrillos vacías.
—Hola, Ray —saludó Norton, yendo con su café al encuentro del recién llegado.
—Flynn… —replicó Finnegan entrando, incapaz de dejar de mira