El crepitar de los fogones y el tintineo alegre de las copas llenaban el aire, mezclándose con las risas de los comensales. Había pasado un año desde la inauguración de "El Sabor del Amor", y el restaurante, anclado en el vibrante corazón de La Latina, se había convertido en mucho más que un éxito; era un fenómeno. Las mesas estaban siempre llenas, las reservas se hacían con semanas de antelación, y cada noche, el local rebosaba de una energía vibrante que era el reflejo de sus creadores: Mateo y Sofía.
En el corazón de aquella orquesta culinaria, Mateo se movía con la precisión de un maestro, su mirada experta escrutando cada plato antes de salir. Sus gestos eran firmes, pero en ellos se había instalado una serenidad que antes no poseía. La obsesión por la perfección seguía allí, sí, pero ahora estaba templada por la calidez y la humanidad que Sofía le había enseñado a abrazar.
—El pase cinco, listo para salir —dijo Mateo, su voz tranquila pero autoritaria, mientras revisaba el punto