Marcus reflexionó. Cuando llegara el momento, enviaría más guardaespaldas para asegurarse de que todo saliera bien. Finalmente, asintió y miró a Dylan junto a Rubí.
El niño parecía emocionado, pero aún dudaba.
—¿De verdad puedo?
—Por supuesto que sí —confirmó Rubí con una sonrisa.
—¡Sí! —exclamó Dylan con entusiasmo—. Quiero comer algo delicioso.
Marcus y Rubí se miraron. Hacía mucho tiempo que no veían a Dylan tan feliz.
Aquella noche, después de la ducha, los tres durmieron juntos. Dylan insistió en colocarse en medio y, bajo la mirada molesta de Marcus, se acurrucó contra Rubí y se quedó dormido enseguida.
La presencia del niño obligaba a Marcus a contenerse, pero tampoco lograba conciliar el sueño. Se quedó mirando el techo en silencio. Rubí, que podía oír sus suspiros, rió quedamente. Pensó que era el momento ideal para conversar y le preguntó:
—¿Ha habido problemas con el negocio de envíos del Grupo Maxwell?
Marcus se sorprendió al oírla.
—¿Tú sabes de eso?
Rubí le contó lo que