—¿Me estás culpando por entrometerme? —preguntó Noah, con voz rota.
Rubí se quedó helada. Tal vez había sonado demasiado dura. Antes de que pudiera decir nada, Noah añadió, con frialdad:
—Está bien. Entonces no volveré a molestarte.
Y colgó.
Rubí se quedó mirando la pantalla en blanco, sorprendida y con un nudo en el pecho. Sabía que había herido a Noah, pero ahora tenía prioridades más urgentes. Guardó el teléfono y, al darse la vuelta, se sobresaltó: Gavin estaba justo detrás de ella.
—Gavin, tú… —dijo Rubí, desconcertada.
Él la observó con expresión confundida.
—Señora Maxwell, ¿por qué Noah cree que usted estaría en peligro en la casa de la familia Maxwell?
Rubí frunció el ceño. No supo qué contestar de inmediato. Gavin insistió, ansioso:
—Siento que hay un gran malentendido entre usted y el señor Maxwell. Anna y yo hemos intentado ayudar, pero esto parece mucho más serio que una simple pelea.
Rubí dudó, pero comprendió que ya no podía seguir ocultando la verdad. Si quería llegar