Alexander acababa de aprobar la última propuesta de marketing. Una sensación de confort profesional lo invadía; al menos su equipo mantenía la solvencia de la compañía. La tranquilidad, sin embargo, se disipó como humo cuando su madre, irrumpió en la oficina sin preámbulos.
Marina tenía la mirada inyectada en furia y parecía dispuesta a un enfrentamiento total. Se sentó frente a él.
—No has vuelto a llamar a casa y he venido hasta aquí porque quiero dejarte una cosa clara —comenzó, su voz cargada de reproche—. No he dejado de darle vueltas a tus palabras. A tu indecisión sobre esa muchacha, a cómo pareces alejarte del verdadero objetivo. Seré directa contigo.
Alexander dejó lo que hacía. Estaba irritado por la irrupción, pero no la echaría.
—Madre, estoy ocupado. ¿Qué quieres exactamente?
—Ya te lo dije. Si no estás dispuesto a tomar el control de la compañía de los Beaumont, entonces deberías renunciar.
—Madre...
—Sabes que tengo razón, así que no intentes hacerme ver otra cosa. Sé p