El sol del nuevo día se coló por la ventana, hiriendo los ojos de Alexander. El hombre dio un respingo, incorporándose con un gemido. Sentía un terrible dolor de cabeza, como si le hubieran golpeado. Estaba en un lugar que no reconocía de inmediato; un sofá incómodo. La ropa que llevaba puesta estaba arrugada.
De repente, ahí estaba ella. Brenda se asomó desde la cocina con una sonrisa exageradamente dulce.
—Señor Alexander, ¡qué bueno que ya despertó!
Alexander se sintió completamente aturdido. Los fragmentos de la noche anterior estaban dispersos en su cabeza, borrosos e ilógicos.
—No sé si recuerda, pero anoche vino a mi lugar por todo lo que me había pasado. Y cuando se disponía a irse, al final se quedó. Supongo que el alcohol terminó dándole más sueño. Creí que sería inadecuado despertarlo, así que lo dejé dormir.
Las palabras de Brenda llenaron los vacíos de forma conveniente, aunque Alexander sentía que algo no encajaba. La pesadez en su cuerpo no era solo por el sueño.
—Me