Diana se quedó mirando de pie aquel lugar enorme. Sentía que a su corazón se le comprimía en el pecho cada vez que recordaba a esa pequeña de enormes ojos y de sonrisa que años atrás había iluminado su vida. Irónicamente, había sido esa misma pequeña, ya convertida en adulta, la que casi le arrebata la vida a su verdadera hija, Valeria. Sus sentimientos estaban hechos un nudo—había pasado más tiempo con su hija adoptiva, Dina, que con su hija biológica. Pero ahora mismo, todo era difícil, doloroso, y estaba roto.
Después de todo el protocolo para poder acceder y verla, Dina fue traída por uno de los oficiales. El grueso vidrio era lo que les impedía estar frente a frente de verdad. Los ojos de Diana se llenaron de lágrimas espesas al verla. Dina estaba pálida, pero su postura era desafiante.
—Dina…
—¿Por qué has venido? —cuestionó Dina, sin un ápice de delicadeza. Había solamente mucha rabia y dureza en su voz, como si tratara de hacerle daño con cada sílaba.
Dina esbozó una sonrisa l