28

Valeria abrió los ojos con el alba. No había dormido bien, pero se había despertado temprano, con la intención de enfrentar la situación que la atormentaba. Todavía dudaba. No sabía cómo o de qué manera pedirle dinero a Alexander. No quería hacerlo, pero tampoco quería dejar a su madre a su suerte. Se encontraba en una encrucijada. Con la cabeza gacha, se levantó de la cama, se dirigió al baño y tomó una ducha rápida.

El agua caliente no tardó demasiado en reconfortar su cuerpo y aliviar la tensión acumulada.

Una vez cambiada, salió de la habitación con el cabello todavía un poco húmedo y desordenado. Se dirigió al comedor, donde encontró a Alexander ya desayunando. Él levantó la cabeza y la miró, sorprendido de verla. Pensó que ella tampoco saldría de la habitación ese día, pero allí estaba, parada frente a él. Alexander, a su pesar, la examinó de pies a cabeza, y sus ojos se clavaron en la mirada de ella. Esos ojos hermosos, enormes y verdes, adornados por largas pestañas.

—Buenos
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