Los padres de Valeria, todavía inmersos en el monumental desarrollo del reencuentro, no podían contener la rabia—una marea hirviente hacia las acciones de Alexander y sus intenciones ocultas. La noticia no solo afectaba a la compañía, desmantelaba la confianza que habían depositado en una familia que creyeron honesta. Ahora se daban duramente contra una realidad completamente diferente. Se sentían profundamente indignados.
Diana, se sentía enojada consigo misma, por haber sido tan ingenua al creerle. ¿Cómo pudo ser tan ciega? Él había actuado de una manera que la había confundido demasiado. Era casi imposible adivinar sus verdaderas intenciones. Tomó una profunda bocanada de aire; no quería alterarse demasiado por su embarazo, sabiendo que debía tomarse las cosas con calma.
Diana miró a Alejandro y colocó una mano sobre su espalda.
—Cariño, tienes que calmarte—lo instó con voz suave pero firme—. Lo sé, yo también estoy indignada con todo esto, pero tenemos que pensar con la cabeza frí