Erika estaba allí, apresada, casi cautiva. Dos hombres corpulentos y fuertes la intimidaban con miradas feroces mientras ella temblaba, rogando por su libertad.
—Por favor, les pagaré lo que les debo, se los prometo. Solo denme un poco más de tiempo —suplicó, con la voz rota.
Uno de los hombres más grandes se acercó, su rostro marcado por la impaciencia y la ira.
—¿Crees que mi jefe esperará por ti otra vez? Ya he perdido la cuenta de cuántas veces le has dicho que pagarás el dinero, pero te tardas demasiado, y estas son las consecuencias. Antes de meterte en deudas, tendrías que saber que si no pagas, eres una mujer muerta —dijo el hombre con furia, mientras Erika temblaba.
Erika no solo había gastado el dinero que Diana le dio en apuestas, perdiendo todo, sino que, no conforme, había pedido otro préstamo. Esta vez, para conseguirlo, había usado el nombre de Valeria, pidiéndolo a su nombre. Ahora estaba atrapada por esos hombres, quienes la habían atacado con brutalidad. Tenía el