VIGGO THORNE
Tanya me sorprendió al pedirme todo lo que ninguna otra mujer había pedido antes. Entramos a una taberna cálida y vieja, llena de recortes de periódico enmarcados y luces tenues. Se quitó los tacones y comió con deleite todos los platillos llenos de queso que nos ofrecieron, sin quejarse de que fuera grasoso y que nadie le dijera cuántas calorías por porción tenía.
Bebió cerveza, o eso intentó, yo tuve que terminarme el resto de su tarro que parecía más grande que su cabeza. Bailamos juntos al ritmo de lo que sonaba como una polca, sin saber cómo hacerlo, a nuestro propio ritmo, con nuestros propios pasos.
Ella reía divertida, estaba llena de energía. Su cabello estaba libre y revuelto, su vestido arrastraba, pero ella estaba feliz y yo también. Después de enseñarle a lanzar dardos y verme ganarle a un par de hombres en las vencidas.
Salimos al aire frío, caminando por las calles empedradas hasta donde había dejado la motocicleta. La cubrí con mi saco y por inercia ell