TANYA RHODES
Las horas pasaron como un goteo constante en mi cabeza, partiéndola por la mitad. Cuando creí que me volvería loca decidí llamar a Vanessa. No sabía cuánta diferencia horaria había, pero necesitaba hablar con alguien.
—¿Qué quieres? —contestó una voz varonil del otro lado de la línea, dejándome completamente en silencio, pensando si me había equivocado de número, incluso vi la pantalla del teléfono para corroborarlo. Ahí estaba el nombre de Vanessa y una foto juntas. Regresé el teléfono a mi oído, cada vez más confundida.
—¿Noah? —pregunté casi ahogándome con mi propia saliva—. ¿Qué… haces con…?
Ni siquiera sabía cómo formular la pregunta.
—Vanessa está ocupada. ¿Deseas dejar un mensaje? —preguntó con esa voz apática y soberbia.
—¿Qué haces con el teléfono de Vanessa? —inquirí ansiosa. Se odiaban. ¿Cómo era posible que Vanessa lo dejara contestar sus llamadas?—. ¿Dónde está?
—¿Viggo ya entró a cirugía? —respondió. Podía imaginármelo revisándose las uñas con apatía.
—Sí