Capítulo 3. El destierro de Bianca.

Bianca se despertó en un hospital sin tener idea de lo que había pasado, le dolía todo el cuerpo, pero especialmente el pecho. Tenía miedo, sintió una angustia muy profunda dentro de sí por lo que sin poder evitarlo soltó un sollozo.

Un médico que estaba escribiendo algo en su historia levantó la cabeza, sorprendido al escucharla, al ver sus ojos desesperados se apresuró a examinarla.

―¿Puedes hablar? ―preguntó el doctor.

―¿Qué me ocurrió? ―cuestionó Bianca con voz ronca. El médico pudo observar que la confusión estaba pintada en su cara.

Él terminó de examinarla y le brindó una sonrisa tranquilizadora.

―Hola, soy el doctor Fabricio Conte, me alegra ver que despertó, tuvo usted un accidente de coche hace unos días en Sicilia del cual resultó severamente lesionada. Estaba tan grave que la trasladaron a Roma para poder atenderla mejor ―explicó el médico.

―¿Sicilia? No, no lo creo, hace mucho que no voy a Sicilia, acabo de terminar el primer año de la universidad y este año pasaré el verano con mi Nonna.

«¿Verano?, sí apenas estamos comenzando la primavera» pensó el doctor

―¿No recuerdas haber ido a Sicilia? ―preguntó el doctor con el ceño fruncido.

―No, no, debe estar equivocado, no tengo a nadie en Sicilia, no hay motivos para que yo estuviera allí ―ya su voz sonaba desesperada.

―¿Recuerda su nombre? ―preguntó el médico con una sospecha rondando por su mente.

―Sí, por supuesto, Bianca Romano.

―¿Qué edad tiene? ―volvió a preguntar

―Diecinueve años, cumplo los veinte, en marzo del próximo año, al inicio de la primavera. 

Estaban en abril, y el médico sabía que su cumpleaños número veinte había pasado el mes anterior. Tenía su fecha de nacimiento apuntada en la historia clínica.

―¿Y en que época del año estamos?

―Verano, ¿será posible que haya ido con mi Nonna a Sicilia? ¿Dónde está mi abuela? ¿Ella está bien?

―Bianca, que yo sepa tu abuela está bien, pero ella no está aquí, escúchame con atención, creo que perdiste tus recuerdos de los últimos meses. Tienes veinte años y estamos en primavera. Afuera están tu padre y tu madrastra, hablaré con ellos y los dejaré pasar.

Bianca se asustó terriblemente por las palabras del médico. Si lo que decía era cierto había perdido meses de su vida.

―No, eso no puede ser, ¿Qué hacía yo en Sicilia? ¿Y cómo es posible que no recuerde meses de mi vida? ―gritó asustada, las lágrimas corrían por sus mejillas en abundancia ―¿Dónde está mi Nonna? Quiero ver a mi abuela.

―Enfermera inyéctele esto, por favor ―ordenó el doctor Fabricio.

Bianca siguió llorando sin entender lo que le pasaba, ni porque sentía esa tristeza y ese miedo tan profundo dentro de sí. Sentía el pecho tan apretado que casi no podía respirar. La enfermera inyectó el sedante en el suero y Bianca se durmió.

El doctor Conte salió al pasillo a hablar con el padre de su paciente.

―Señor Romano ―dijo el médico al padre de Bianca ―su hija despertó, estuve conversando con ella, piensa que tiene diecinueve años, que estamos en invierno y creo que no sabe nada del bebé porque no preguntó por él ni se angustió por desconocer su paradero.

―¿Bebé? ¿Qué bebé? ―preguntó el padre de Bianca confundido.

―¿No lo sabían? ―cuestionó el médico un poco avergonzado ―De acuerdo con el examen médico, Bianca acaba de dar a luz un bebé, aunque la policía no encontró rastro del niño y no hay registros médicos en los hospitales de la zona.

―¿Un bebé? ¿Cómo puede ser eso? Debe haber un registro en alguna parte ―rugió el hombre.

―Lo único que se me ocurre es que su hija haya dado a su bebé en adopción antes del accidente. Los servicios sociales se ocupan de que ese registro de nacimiento desaparezca del hospital, aunque ellos los almacenan, pero el proceso es tan confidencial que dudo que obtenga alguna información

―¡Oh, Dios mío! Dante, tu hija es una desvergonzada. No sé qué vas a hacer con ella, pero no la quiero en mi casa, no permitiré que con su ejemplo perjudique a sus hermanas ―señaló Ofelia, la esposa del padre de Bianca.

Cinco años después.

Bianca tocó el timbre de la puerta de la casa de su padre en Roma, una doncella le abrió la puerta, era nueva y no la conocía.

―Hola, soy Bianca, la hija del señor Dante Romano. ¿Está mi padre en casa? ― preguntó la joven.

La doncella la miró confusa, nunca le dijeron que el señor Dante tuviera otra hija, además por la ropa vieja que vestía no podía ser la hija del señor Dante.

―Espere aquí un momento, señorita, la voy a anunciar con la señora Ofelia ―respondió la chica.

«Vaya, ni siquiera me dejó pasar y si le pregunta a la bruja de Ofelia de seguro no lograré hablar con papá» pensó Bianca afligida.

Un largo rato después salió su madrastra, la miró de arriba abajo con una expresión de desprecio que Bianca pensó que se merecía por haber abandonado a su hijo. No podía recordar su cara, ni a quien se lo entregó, ni siquiera sabía quién era el padre, si no fuese por las señales del post parto y por sus senos cargados de leche pensaría que todo era mentira.

Su peor castigo era que nunca sabría nada de su bebé.

―¿Qué quieres, Bianca? ―preguntó la mujer con una expresión de molestia ―Sabes que no puedes venir aquí, tu papá fue muy claro cinco años atrás cuando te envió a vivir con tu abuela.

―Por favor, Ofelia, necesito hablar con papá, es muy urgente. Mi abuela tuvo un accidente y está hospitalizada en estado vegetal, necesito su ayuda para poder costear el hospital. Lo que gano vendiendo mis perfumes en el mercado artesanal no cubre los gastos de su estancia en el ese lugar.

―Eso no es problema de tu padre, Bianca, envía a tu abuela a un hospital público, y lárgate de aquí y no vuelvas más ―dijo cerrando la puerta en su cara.

Bianca dio la vuelta para que Ofelia que seguramente estaba mirando su humillación desde la ventana no viera sus lágrimas, pero la desesperación la invadió. ¿Por qué su padre la abandonó de esa manera? ¿Acaso no la amaba lo suficiente para poder perdonarla?

Si su papá supiera que la que menos podía perdonar su error era ella misma, quizás su corazón se ablandara un poco para perdonarla algún día.

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