2. UN PLAN

El ruido del paddock sigue ahí, flotando como un fantasma. Aunque ya no hay motores rugiendo ni fotógrafos gritando, el peso de la carrera aún me cuelga de los hombros como un castigo.

Estoy sentado en uno de los bancos del box, con una botella de agua sin abrir entre las manos. Frente a mí, Sofía revisa algo en su tablet, los labios apretados y el ceño fruncido. Ni siquiera me mira, pero sé que está esperando que yo hable primero.

—Décimo otra vez —murmuro, más para mí que para ella.

—Podría ser peor —responde sin levantar la vista—. Podrías haber chocado y dado más titulares a los buitres.

—Gracias por tu confianza, Conte. —digo en un tono sarcastico

—Estoy siendo realista, Mozzi —responde friamente.

Silencio. Solo el zumbido de las máquinas al fondo y el murmullo del personal empacando.

Finalmente, ella deja la tablet a un lado, se cruza de brazos y me mira con ese tono que ya reconozco: el de “vamos a hablar en serio”.

—Si esto va a funcionar, necesitamos movernos ya —dice.

—¿Esto?

—La historia. La imagen…Lo de nosotros. —Hace un gesto vago con la mano entre los dos—. Tienen que vernos juntos públicamente. No basta con que el equipo lo sepa.

—¿Quieres hacer una publicación? ¿Una selfie con un “mi piloto favorito”? —me burlo.

—No, quiero que vayamos a cenar esta noche. A un lugar donde los paparazzis nos encuentren. Un sitio donde se note que estamos cómodos, que no nos escondemos. Que somos reales.

Me quedo en silencio.

Salir a cenar con ella. Fingir cercanía. Dejar que el mundo nos vea como una pareja. Suena fácil… pero no lo es. Porque esto no es solo una estrategia. No cuando se trata de Sofía.

La miro. Su cabello rubio caramel está recogido como siempre, pero hay mechones sueltos por el calor y el estrés. Susojos grises están fijos en mí, firmes, decididos, pero hay algo más. Una incomodidad detrás de la seguridad. Como si también le pesara todo esto.

—¿Y si la cago? —pregunto.

—Lo harás, pero no esta noche —responde sin dudar—. Esta noche solo tienes que sonreír, abrirme la puerta y no mirar tu teléfono cada cinco segundos.

—Y fingir que estoy perdidamente enamorado de ti.

—Exacto.

—Eso suena peligroso.

—Solo si no sabes separar la ficción de la realidad.

Eso me golpea un poco. Porque, si soy sincero, no estoy del todo seguro de poder hacerlo.

Asiento lentamente, como si al decir “sí” firmara algo invisible entre nosotros.

—Está bien. Vamos a cenar —accedo finalmente a pesar de mis dudas.

Ella recoge la tablet, se levanta del banco y antes de irse, me lanza una última mirada por encima del hombro.

—Y ponte algo decente. No quiero que piensen que estoy saliendo con un piloto desordenado y en crisis —me pide y esto me causa un poco de gracia.

La veo alejarse, caminando con esa seguridad tranquila que siempre la ha definido.

Y me repito, por última vez:

Esto es solo un plan. Solo imagen. Solo prensa.

Entonces ¿por qué siento que algo va a cambiar después de esta noche?

[Horas despues]

La habitación del hotel es amplia, con vistas a la ciudad, pero no la estoy mirando. Tengo la camisa a medio abotonar y estoy frente al espejo, intentando decidir si me peino o si dejo que parezca que no me importa. Spoiler. sí me importa y para mi propio mal, más de lo que debería.

Sobre la cama está la chaqueta que elegí para esta cena. Oscura, elegante, sin marcas de patrocinadores, sin el escudo del equipo. Es la primera vez en semanas que me visto como otra cosa que no sea “el piloto Francesco Mozzi”.

Cierro los ojos por un segundo.

¿Desde cuándo la conozco? Cinco años. No, más. Sofía llegó cuando yo todavía estaba en Fórmula 2, joven, callada, con ese aire de “sé exactamente lo que estoy haciendo” aunque todos a su alrededor la subestimaran por ser mujer, y por ser una joven que aún estaba terminando su carrera y había entrado a la escuderia como parte de su pasantia. Pero no yo.

Yo la vi trabajar como nadie. Vi cómo entendía los autos como si los hubiese armado ella misma. Cómo sabía lo que necesitaba con solo oír el motor, sin que yo tuviera que decir una sola palabra.

Ella ha estado ahí desde que todo esto era solo una posibilidad. Cuando corría con cascos prestados y contratos de tres carreras. Cuando nadie decía mi nombre sin aclarar: “es bueno, pero no sabemos si llegará a F1”.

Y ahora… míranos.

Respiro hondo, pasando una mano por mi cabello castaño claro, que se niega a acomodarse como quiero, y me resigno a dejarlo como está. Mis ojos verdes

se clavan en los míos desde el reflejo, pero hay algo distinto esta vez. Ya no es rabia. Ya no es frustración. Es otra cosa.

Una incomodidad en el pecho.

Me abrocho el último botón y me pongo la chaqueta. Tomo el reloj del mueble, pero tardo unos segundos en ponérmelo.

¿Desde cuándo me afecta tanto una cena?

Esto debería ser fácil. Fingir cercanía. Fingir interés. Fingir algo que el mundo quiera creer. Pero ahora que voy a salir por esa puerta y verla esperándome abajo… me doy cuenta de que hay una parte de esto que no tiene nada de actuación.

Porque cuando pienso en estabilidad, cuando pienso en alguien que ha estado en cada etapa de este camino… no pienso en una novia modelo. Pienso en Sofía.

Y eso, me guste o no, cambia todo.

Agarro las llaves. Miro una última vez el reflejo. Me obligo a sonreír.

—Solo prensa —me digo.

Pero mi reflejo no me cree.

El ascensor baja lento, como si quisiera darme tiempo para arrepentirme. Pero ya estoy metido en esto. En el juego, en el plan, en esta mentira que se supone que nos va a salvar a ambos.

Cuando se abren las puertas, el hall del hotel está casi vacío, elegante, iluminado por luces doradas que reflejan en los pisos brillantes. Todo parece más silencioso de lo normal. Más... tenso.

Y entonces la veo… Sofía.

De pie junto a uno de los sillones, revisando algo en su teléfono. Vestido corto, negro, sencillo. Pero en ella no hay nada simple. El escote justo, las mangas caídas sobre los hombros, las piernas largas, los tacones negros. El pelo suelto le cae por la espalda como si siempre debiera haberlo llevado así. No parece la ingeniera que grita en el intercom cuando rompo los frenos. No parece la Sofía que se mancha de aceite en el paddock o que me lanza llaves cuando digo algo idiota.

Parece alguien a quien podría mirar toda la noche sin decir una sola palabra.

Ella levanta la vista y me ve acercarme. Y aunque mantiene su expresión neutra, sé que me está evaluando también. Me escanea con esos ojos grises que todo lo ven.

—Vaya —dice al verme—. Milagro. No te vestiste como para una rueda de prensa —expresa divertida.

—Tú tampoco vienes con el portátil —respondo, tragando saliva más de una vez.

—Será una noche interesante, entonces.

Ambos sonreímos falsamente, aunque no tanto.

Camino hasta ella y, sin pensarlo demasiado, le ofrezco el brazo. Un gesto formal, casi anticuado. No es típico de mí, pero tampoco ella es típica esta noche.

—¿Lista para dar el show? —averiguo tratando de fingir seguridad.

Ella se engancha a mí sin dudar, aunque su tono es más serio que antes.

—¿Y tú? ¿Estás listo para que te vean “enamorado”?

La miro de reojo. Su perfume es distinto hoy. Su cercanía también.

—Eso no debería ser tan difícil —respondo, más bajo de lo necesario.

Sofía gira el rostro, como si quisiera asegurarse de haber oído bien. No dice nada. Solo me clava esa mirada suya… y por un segundo, no sé si estamos actuando o no.

Caminamos juntos hacia la salida del hotel, donde ya nos espera el coche. Del otro lado de la puerta de cristal, hay cámaras. Luces. Expectativa.

Apenas pongamos un pie ahí afuera, nada volverá a ser igual.

Y por alguna razón que todavía no entiendo del todo… no me molesta

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP