Después de desayunar y de asegurarse de que Noah también lo hiciera, Jenna lavó toda la vajilla y se encaminó con el niño a la sala de juegos, seguida por Margaret.
—Ve a descansar —dijo Margaret, cuando el niño se encaminó hacia sus juguetes—. Yo no tengo nada que hacer y puedo quedarme con Noah. Duerme un poco.
—Gracias, Margaret, pero no puedo. Tengo que ponerme ya mismo con el almuerzo.
Margaret suspiró y posó una mano sobre el hombro de Jenna.
—No tienes por qué hacerlo todo tú, cariño. Pero, si te hace sentir más tranquila, ve y duerme una hora al menos. Yo te llamaré, ¿sí? —propuso Margaret con una sonrisa suave y cariñosa.
Jenna hizo una mueca, pensativa, antes de soltar un suspiro y asentir, mientras, con una sonrisa, decía:
—Gracias, Margaret.
—No tienes nada que agradecer. —Margaret le apretó suavemente el hombro—. Yo sé cómo te sientes y descansar siempre es bueno para aclarar las ideas.
Jenna sonrió, agradecida.
—Avísame si necesitas ayuda con Noah.
—Tranquila, el niño es