Mientras Ethan intentaba masticar el trozo de sándwich. El sonido del llanto de su hijo, lo alertó haciendo que se le helara la sangre. Soltó el trozo de pan sobre el plato, y se puso de pie de un solo salto.
Salió apresuradamente de la cocina, subió las escaleras dando grandes zancadas, saltándose más de dos escalones. Caminó apresuradamente hasta el dormitorio y empujó la puerta de la habitación con tanta fuerza que la pego contra la pared.
Tatiana tenía al pequeño Oliver entre sus brazos. Lo acunaba, caminando de un lado a otro, susurrando palabras dulces para aquietarlo, pero que no parecían surtir efecto alguno en él. Su llanto era desgarrador, desesperado.
—¡¿Qué le pasa a mi hijo?! —increpó Ethan a la empleada.
Tatiana lo miró con los ojos desorbitados, intentando no quebrarse frente a su jefe.
—No lo sé, señor —balbuceó, casi al borde del llanto—. No sé qué tiene. Lo he intentado todo, pero no se calma ¡no para de llorar!
Ethan sintió un leve escalofrío recorriéndole