Ethan abrió los ojos pesadamente, confundido por la oscuridad, el aroma de vino aún en el ambiente… y ella.
Jazmín lo miró, sorprendida de que despertara, era demasiado tarde para escapar.
Entonces él la jaló contra su cuerpo con fuerza, sujetándola de la cintura. Sus labios buscaron los de ella, ansiosos, hambrientos. La besó con una pasión reprimida durante días. Jazmín no supo cómo reaccionar al principio, pero la intensidad la arrastró. Se fundió con él. Los besos se volvieron cada vez más profundos, más desinhibidos.
Ethan giró su cuerpo con destreza, haciéndola quedar debajo de él.
Sus manos se deslizaron hacia sus pechos, los acariciaron con deseo mientras sus labios no se despegaban de los de ella. Todo ardía. Hasta que ocurrió algo inesperado:
—¡Jane! —susurró él, entre jadeos, sin dejar de besarla.
El mundo de Jazmín se detuvo en ese momento. Se separó bruscamente de él.
—¿Qué dijiste? —preguntó, atónita, como si hubiera escuchado mal.
Pero él ya se había dado cuenta