Los días siguientes transcurrieron como si compartieran un secreto que sólo ellos sabían. Sonrisas que se cruzaban a la hora del almuerzo, roces sutiles al pasarle un vaso o recoger un plato, miradas prolongadas cuando creían que nadie los veía. Las noches eran aún más peligrosas. Cuando la casa dormía, se encontraban en el cuarto del pequeño Oliver, aprovechando esos instantes donde podían estar juntos sin interrupciones, ni testigos que pudieran delatarlos.
Esa noche, como tantas otras, Jazmín estaba sentada en el sofá individual junto a la cuna. Oliver dormía plácido, envuelto en una manta suave, respirando con ese ritmo tranquilo que a ella le devolvía la calma.
Ethan entró en silencio, como de costumbre. Se acercó a ella con una sonrisa suave y se agachó frente a ella, rozando su rodilla con la suya.
Jazmín deslizó su mano hacia la de él y la entrelazó con suavidad. Ethan no tardó en llevar esa misma mano a sus labios y besarle los nudillos. Ese gesto sencillo y tierno fue s