Ethan tomó asiento frente a ella, sin apartar la mirada de los platos servidos. La pasta, bañada en el pesto aromático, parecía más apetecible de lo que había probado en algunos restaurantes de renombre.
—Esto huele increíble —dijo, tomando el tenedor—. ¿Siempre cocinas así?
Jazmín sonrió, un poco nerviosa.
—Sólo cuando quiero que alguien se sienta especial.
Sus palabras provocaron un leve cosquilleo en el pecho de Ethan. Probó el primer bocado y cerró los ojos unos segundos, como si quisiera memorizar aquel sabor.
—Te advierto que, si sigues cocinando así… no voy a querer cenar en ningún otro lugar —comentó con una media sonrisa.
—No creo que eso sea un problema —respondió ella, bajando la mirada.
El vino acompañó la conversación, volviéndola más ligera. Hablaron de anécdotas de su infancia junto a sus abuelas, pero cada mirada sostenida, cada pausa en sus palabras, añadía un matiz más íntimo. En un momento, Ethan dejó el tenedor a un lado y la observó con detenimiento.
—Nu