Un sugar boy enamorado
Un sugar boy enamorado
Por: Pao-mizu
Kevin

Primavera de 2023

MALDITO GRINDR!», mi mente grita a voces como si un coro infernal se repitiera sin cesar. Este día no puede ir peor.

Resumiendo, los dinosaurios con quienes salí anteriormente deseaban una cosa y yo les cumplí sin bronca. Me aseguré de dejarlos ansiosos por un próximo encuentro y de ganarme su buena voluntad. Para muchos resultó la primera experiencia homo que tuvieron en su vida, lo cual me sumó puntos extras por hacerlo bien, y eso se convirtió en más cariñitos, agradecimientos y favores para mí.

No, no fui un prostituto; no repartí sexo a cambio de dinero, ¡qué horror! Yo le ofrecí al dinosaurio la mejor experiencia de su vida, todo con absoluta discreción, y esa fue una de mis partes favoritas.

El mismo temor a ser descubiertos con el cual crecieron en su época arcaica y retrógrada benefició a mi negocio, porque eso fue: un simple negocio. Yo los hice sentir amados, aceptados, y a cambio, el dino de turno cumplió mis caprichos.

Lo que me permitió darme la gran vida —que merezco— y claro, me proveyó de una buena pasta que ahora empleo en compartir fantásticos momentos con la ratona más hermosa del planeta: mi bella novia.

Sí, tengo novia. No me juzguen, ese estilo de vida solo fue un trabajo como cualquier otro. Uno bastante lucrativo… y educativo. Aprendí más sobre deseos reprimidos, culpas ajenas y secretos de alcoba que en cualquier clase de psicología.

Sin embargo, las cosas se complicaron un día, gracias al maldito Grindr. Jamás me cansaré de maldecirlo.

Conocí a un bombón con mil cualidades: harta plata, dueño de una de las firmas de abogados más importantes… ¿mencioné que tenía mucha plata? Bien, lo admito, no me enganché solo por la pasta; también contaba con un cuerpazo de roca pura, un enorme diez entre las piernas que supo perfectamente cómo usar, sin mencionar la dulzura y amabilidad excepcionales que iban de la mano con su extrema inocencia. Eso revolucionó todo dentro de mí, en el dormitorio o donde nos atacaran las ganas.

No debería recordar esa parte, pero es que el dino luce más caliente que el sol veraniego. Su olor, su voz ronca, ese modo en que me decía “tranquilo, Chico”, con esa mezcla entre ternura y autoridad… diablos, es que me arde algo más que la memoria.

—¡Papi, qué bueno tenerte aquí! —La bienvenida que brinda mi novia a su padre me obliga a tragar con dificultad.

El día en que me propuso acompañarla al aeropuerto a recibirlo supe que sería mala idea, aunque jamás imaginé a tal nivel. Como nada es perfecto en la vida, el hombre me mira, asombrado, y yo a él de la misma manera. Trago saliva como si se tratase de una enorme roca que me raspa la garganta al bajar mientras intento disimular.

Mi corazón late tan fuerte que temo que ambos lo escuchen. Él parpadea, incrédulo, y por un instante creo ver esa chispa de deseo que tanto me enloquecía. Pero se apaga tan rápido como llegó, reemplazada por una mirada fría, casi vengativa.

Y ahí estoy yo, atrapado entre el pasado y el presente: el amante y el yerno, el mentiroso profesional que de pronto se quedó sin guion.

Porque sí, para mi magnífica suerte —o condena— descubrí horrorizado, días atrás, que el dino del gran diez es mi suegro.

Habría deseado saber con antelación cómo enfrentar esta situación. Ella me importa demasiado, y al verlo a él, frente a mí, con ese par de zafiros en su mirada que no dejan de estudiarme, debo admitir que también.

A veces el destino tiene un singular sentido del humor. 

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