Valeria lo perdió todo en un trágico accidente que le arrebató a sus padres y la condenó a vivir bajo la cruel tutela de su tía, convertida en una simple sirvienta. Ahora, debe casarse con Alejandro, el hombre que cree responsable de su sufrimiento y de la muerte de sus padres. Alejandro, paralizado en el mismo accidente, ha pasado cinco años planeando su venganza contra Valeria Monroe, decidido a hacerla pagar por los crímenes de sus padres de la forma más despiadada posible: haciéndola su esposa. Unidos por un matrimonio forzado y atrapados en una red de engaños y secretos, ambos descubrirán que sus enemigos son más cercanos de lo que imaginan. ¿Podrán superar el odio y el rencor que los une para enfrentar juntos las sombras del pasado?
Ler mais—Descansan ustedes también en paz, queridos Sres. Fiore...
El viento sopla con fuerza entre los árboles, susurrando palabras de despedida mientras las nubes grises se amontonan sobre el cementerio. Valeria Fiore, de apenas quince años, se aferra al último recuerdo tangible de sus padres: dos lápidas recién colocadas frente a ella. Las lágrimas resbalan por sus mejillas mientras susurra una oración desesperada para que vuelvan. A su lado, su tía Emilia observa con impaciencia, un brillo de triunfo en sus ojos oscuros. —Vamos, Valeria—, dice con un tono severo, tirando suavemente de su brazo. —Esto no va a durar para siempre. Ahora tú vienes conmigo. Las cosas serán diferentes a partir de ahora, y tendrás que ganarte tu lugar en mi casa. Valeria asiente con la cabeza, incapaz de encontrar su voz, y se deja arrastrar hacia un futuro incierto, mientras la fría tierra parece querer tragarse su última pizca de esperanza. Cinco años despuésVALERIA
Hoy la nieve cae sin piedad como cada 7 de diciembre en Milán, cubriendo el mundo en un manto blanco y helado. Mis manos están enrojecidas por el frío mientras termino de fregar los platos de la mañana. Cada movimiento es mecánico, una coreografía de servidumbre que he memorizado a la perfección en estos cinco años. El sonido de los cubiertos resonando en el comedor me recuerda que la familia está disfrutando del desayuno, ese que yo misma hice, y que al mismo tiempo no puedo comer, pues es un lujo que rara vez se me concede, lo que hace que mi salud y alimentación no sean las mejores. Mis dedos se resbalan, y un plato cae al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Maldigo internamente y me agacho rápidamente para recoger los fragmentos, tratando de ignorar el dolor que atraviesa mis rodillas en el suelo de mármol frío. De pronto, la presencia de mi tía Emilia llena la cocina como una sombra ominosa y siento como todo mi cuerpo tiembla y se estremece. Sus ojos son dos carbones encendidos, y su boca se curva en una mueca de desaprobación. —¿Otra vez rompiendo cosas, Valeria? Eres absolutamente inútil—, me espeta, su voz gotea veneno. —Lo siento, tía. Fue un accidente—, murmuro, manteniendo la vista baja mientras recojo los pedazos. —Accidente tras accidente, ese es el lema de tu vida al parecer.—sus palabras son dolorosas porque se que se refiere a la muerte de mis padres— No sé por qué me molesto en mantenerte aquí si no sirves para nada—, continúa, sus palabras son puñales que se clavan en mi autoestima ya herida. Me levanto lentamente, dejando los fragmentos sobre la encimera, una sensación de malestar me llena por dentro, al tiempo que el nudo me cierra la garganta. —Hago todo lo que puedo—, intento defenderme, pero el temblor en mi voz traiciona mi seguridad.—He terminado con los deberes de la casa. Ella se cruza de brazos, evaluándome con una mirada que me hace sentir aún más pequeña. —¿De verdad? Porque desde aquí veo polvo en las estanterías y las ventanas sin limpiar. Eres tan lenta que me hace preguntarme si de verdad lo intentas". —Tía, limpié todo esta mañana, lo juro—, insisto, mi voz se eleva un poco más de lo que debería. No puedo evitarlo; hay una parte de mí que aún se resiste a ser tratada como una sirvienta. Ella da un paso hacia mí, la tensión en la cocina es palpable. —No me levantes la voz, niña—,advierte, su tono es un fuego lento y amenazador. —Eres una desagradecida. Desde que tus padres murieron, te he dado un techo y comida. Lo mínimo que puedes hacer es mostrar algo de respeto. —Respeto es lo que intento mostrar, pero... no soy una sirvienta, tía. Soy tu sobrina—, digo, mi corazón late con fuerza. Hay un borde de desesperación en mi tono, un ruego silencioso de que me vea como algo más que una carga. El silencio que sigue es ensordecedor. Su mano vuela antes de que pueda prepararme, el golpe es rápido y despiadado, un destello de dolor que me hace tambalearme. La bofetada resuena en el aire, caliente y ardiente contra mi mejilla. Mis ojos se llenan de lágrimas, pero me niego a dejarlas caer. No le daré el gusto. —¡No me mientas! se que no has limpiado—, exclama, y yo bajo la mirada, tragándome la indignación que burbujea en mi pecho como lava. Con manos temblorosas, vuelvo a limpiar lo que ya está impecable, cada fibra de mi ser luchando contra la humillación. Cuando termino, me retiro a mi pequeño cuarto. Es un espacio frío y sin alma, pero es lo único que tengo. Mi prima, Clara, se asoma por la puerta, su sonrisa es una daga afilada. —No sé por qué se molesta en conservarte, Valeria. Tal vez debería apurarse a casarte antes de que te vuelvas más... olvidable. Sus palabras me perforan, pero las ignoro. He aperendido por las malas que contestarle solo hará de mi vida aún más miserable. Me enfoco en la bola de cristal que mi madre me dejó. Dentro, una familia de tres se abraza bajo un cielo estrellado. Mis dedos trazan los contornos desgastados del vidrio, y una tristeza insondable se cierne sobre mí. —Mamá, papá, hoy cumplo 20 años. Los extraño tanto...—, susurro, mi voz se quiebra. De repente, la puerta se abre de golpe. Emilia entra, sus ojos brillan con una determinación implacable. —Basta de lloriqueos—, dice, tomando la bola de cristal de mis manos y dejándola caer al suelo. El sonido del vidrio rompiéndose me hace estremecer, un eco de todas las promesas rotas. —Vístete. Tienes una cita con tu prometido. Las palabras caen como piedras en un lago tranquilo, rompiendo la superficie de mi realidad. ¡¿Un prometido?! La revelación es un golpe al estómago, y mi mente se tambalea. —¿Prometido? ¿De qué estás hablando?—, pregunto, mi voz apenas un hilo. Emilia me ignora y me obliga a vestirme con un vestido que obviamente no es mío, pues para empezar es nuevo y de marca y a mi solo me dan ropa de segunda en mal estado. Mis manos tiemblan mientras cierro los botones, el temor y la incertidumbre se enroscan en mi pecho. Cuando el reloj marca las siete, el timbre suena. Clara aparece en mi cuarto con una sonrisa malévola. —Tu sorpresa ha llegado.Es un domingo como cualquier otro. Estoy con Valeria en el patio trasero de la casa, ella está leyendo uno de esos libros sobre bebeés que la tiene obsesionada y yo estoy adelantando algo de trabajo. Esta ha sido nuestra dinamica en los pultimos 2 meses desde que su barriga se puso demasiado grande, me he venido a trabajar desde acá, porque no quiero perderme cuándo esté por dar a luz. Veo a mi lado como Valeria lentamente se pone de pie y un pequeño jadeo sale de ella y yo de inmediato la miro. Está parada frente a mí , mirándome con los ojos bien abiertos y con una expresión que mezcla miedo y emoción. —¿Qué ocurre, mocosa? Ella tragando en seco me dice:—Alessandro no vayas a alarmarte... pero creo que acabo de romper fuente.Mis ojos bajan lentamente a sus piernas y veo el liquido saliendo de su vestido.Un instante. Me toma un instante entender lo que acaba de decir. La miro, parpadeo y… el pánico se apodera de mí.—¿Qué?
Hoy la casa está llena de movimiento y risas, un bullicio alegre que reverbera en las paredes. Camino por la sala, dando instrucciones mientras revisa cada detalle. Los globos están en su lugar, la decoración luce perfecta y las flores frescas llenan el aire con un aroma suave y dulce. Rosa, nuestra querida ama de llaves, me ayuda a poner todo en orden, asegurándose de que cada rincón esté impecable y que los arreglos en las mesas luzcan preciosos.— ¿Dónde está el pastel? —pregunto, recorriendo el lugar con la mirada, aún preocupada de que falte algo.—Ya está en la cocina, niña Valeria —responde Rosa con una sonrisa tranquilizadora—. De verdad, todo está perfecto.Sonrío, aunque mi corazón late rápido con una mezcla de nervios y emoción. Este día es especial, más de lo que las palabras pueden expresar. Todo tiene que salir bien, perfecto, porque hoy celebramos un año de vida de alguien que significa el mundo para mí. Respiro hondo, sintiendo la calidez de ese pensamiento, y mi man
AlessandroHan pasado unos días desde que rescaté a Valeria. Desde que la tengo de vuelta, mi vida parece haber retomado su sentido, y el hecho de que todo finalmente esté cayendo sobre su peso es un alivio.Emilia y Ramón fueron juzgados y condenados. Ramón 25 años de carcel por asesinato y desfalco y Emilia a 35, pues se le suma el maltrato y el secuestro.Por otro lado Lucas ha empezado un tratamiento para su problema de bebida y si consigue mantenerse, entonces cumpliré la voluntad de mi padre y lo llevaré conmigo a la empresa.Sin embargo, hay algo que me tiene totalmente avergonzado y es la culpa que siento por no haber ido a ver al abuelo al hospital, él ingresó justo cuándo pasó lo de Valeria y yo no pude soportar la idea de enfrentarme a él y decirle que no sabía dónde estaba la mocosa o si la encontraría, si ella y nuestro hijo estaban a salvo. Hoy, finalmente, tomo la decisión de visitarlo. De algún modo, sé que el viejo entenderá.Al llegar a la habitación del hospital, r
ValeriaDespierto con un sobresalto, mi mente desorientada y mi cuerpo dolorido. Parpadeo, intentando enfocar, y lo primero que noto es la luz tenue de una lámpara que ilumina las paredes de un cuarto extraño. La cama en la que estoy es suave, casi reconfortante, pero al moverme, un dolor agudo recorre mi cabeza, y de inmediato siento que algo anda mal.Por un segundo, un escalofrío me recorre de pies a cabeza, y mi mente me lleva de vuelta a ese sótano oscuro, a los ojos llenos de odio de Emilia y al terror por mi bebé. Mi bebéUn estremecimiento me recorre y mis manos van a mi vientre, temerosa, y la pregunta me sale como un susurro tembloroso:—¿Mi bebé…? —misurra mi voz, quebrada por la ansiedad.Antes de que el pánico se apodere de mí, una mano cálida cubre la mía, antes de que esa voz profunda, cargada de preocupación, me atriga como un imán hacia él. Giro lentamente y ahí está Alessandro, sentado junto a mí, con una expresión de puro alivio y el rostro visiblemente agotado. S
Alessandro Vamos por Valeria. Finalmente voy a traerla de vuelta.El auto avanza rápido por el camino que lleva a la cabaña, sin sirenas, en completo silencio. El detective va delante, y mi auto, con Matteo y dos patrullas más, le sigue. Aunque trato de contenerme, no puedo evitar que mis piernas se tiemblen de impaciencia. Valeria está allí, en algún lugar dentro de esa cabaña m*****a, y la ansiedad me consume.Matteo me observa de reojo, con una preocupación evidente.—Tranquilo, Alessandro —me dice en voz baja—. Emilia no es estúpida, no va a hacerle daño hasta asegurarse de tener el dinero. Todo esto para ella es un juego.Asiento apenas, pero sus palabras no me sirven de nada. Emilia es un monstruo, y Valeria... No puedo evitar imaginarla herida, sufriendo, aterrada. Solo pienso en lo que podría estarle haciendo mientras nosotros nos acercamos, pero no lo suficientemente rápido.Llegamos finalmente a una zona despejada desde donde se ve la cabaña, y, apenas el auto se detiene,
ValeriaEl segundo día de esta pesadilla empieza con un dolor agudo en mi vientre. Temo que todo pueda terminar antes de que alguien me rescate. Las paredes del sótano parecen cerrarse sobre mí, cada vez más estrechas. La humedad y el frío son abrumadores, y siento que apenas puedo respirar.Mi mano se desliza instintivamente hacia mi abdomen, donde yace la esperanza que me mantiene luchando. Mi bebé. Debe estar bien. Debemos salir de aquí, los dos. Cierro los ojos y trato de no pensar en lo peor, trato de no dejarme llevar por el pánico que amenaza con ahogarme. Por favor, Alessandro, llega pronto.Un ruido en las escaleras me saca de mis pensamientos. Me siento y miro hacia la puerta, esperando ver a Emilia con su sonrisa cruel, pero no es ella. Es Clara, y se la ve diferente hoy. Está nervioso, sus ojos no son los mismos de los primeros días. Hay algo en ellos... ¿Duda? ¿Arrepentimiento?— ¿Qué haces aquí? —le pregunto, con la voz apenas un susurro. Mi garganta está seca, y me esf
Último capítulo