Capítulo 7. Boston bajo la nieve
El invierno en Boston no era como el invierno en Bulgaria. Allá, el frío llegaba con dignidad: lento, silencioso, envolviendo los campos en una manta blanca que invitaba al reposo, al fuego en la chimenea, a las historias contadas en voz baja. Aquí, el frío era agresivo. Cortante. Impaciente. Caía en ráfagas heladas que azotaban la piel como látigos invisibles, mientras la nieve, densa, húmeda, implacable, se acumulaba en las aceras en montículos grises y sucios, como si la ciudad misma rechazara su propia belleza.
Patricia bajó del avión con el abrigo que su madre le había cosido a mano, grueso y cálido, pero claramente ajeno a la elegancia sobria de los transeúntes. Sus botas de cuero, hechas para caminos de tierra, resbalaban en el hielo del aeropuerto. Cada paso era una lucha contra la gravedad y la vergüenza. A su alrededor, la gente caminaba con prisa, con auriculares, con miradas fijas en el horizonte, como si el presente fuera un obstáculo que debía sortearse lo más rápido pos