Para evitar cualquier riesgo, como el que ocurrió durante el desayuno, Víctor y Marina deciden parar en un restaurante y pedir comida para llevar.
Como tendrían que esperar un poco, ambos se acomodan en el coche, estacionado frente al establecimiento, y aguardan.
— Si compramos algunas cosas, puedo cocinar para la cena los próximos días — comenta Marina, casualmente.
— No sé qué es más peligroso: comer la comida adulterada o lo que tú podrías preparar en la cocina para mí — ironiza Víctor, con una leve sonrisa provocadora en los labios.
Ella pone los ojos en blanco, tratando de ignorar el sarcasmo, y se acomoda en el asiento. El cansancio comienza a pesarle en el cuerpo, resultado de un largo día sin descanso.
— Ahí es donde te equivocas, sé cocinar muy bien — responde con un toque de orgullo en la voz.
— Qué curioso… Pensé que una mujer como tú no perdía tiempo en la cocina — suelta, Víctor, manteniendo su tono provocador.
No era la primera vez que escuchaba la expresión «una mujer c