La rutina en la manada Riverstone comienza a adquirir un matiz diferente, un aire pesado que Lía no logra identificar del todo. Los primeros días después de su llegada fueron tranquilos; Caleb se mostraba amable y atento, dándole el espacio que necesitaba para adaptarse. Sin embargo, en las últimas semanas, algo ha cambiado. Las miradas de Caleb son más insistentes, sus preguntas más directas, y su actitud protectora parece haber cruzado una línea que la hace sentir incómoda.
Esa tarde, Lía decide salir a caminar por el bosque que rodea la cabaña. Es un lugar que ha aprendido a apreciar, un refugio donde puede estar sola con sus pensamientos. Mientras avanza entre los árboles, escucha el crujir de hojas tras de sí. Se detiene y, al girarse, ve a Caleb caminando hacia ella. Su postura, con los brazos cruzados y los labios tensos, le provoca un nudo en el estómago.
—¿Por qué estás aquí sola? —pregunta Caleb, sin preámbulos.
Lía frunce el ceño, sorprendida por el tono.
—Solo quería