Silas.
Estaba en mi oficina debatiendo con mi mente en las posibilidades de encontrar la ubicación exacta de Gauss y su manada.
Fui interrumpido por mi madre, entró casi tumbando la puerta. Desde que murió papá, ella cambió por completo. Ya no sonreía y me echaba la culpa de todo por haber traído a Naomi.
Las ojeras se le marcaban, y me miró con una expresión aterradora.
—¿Qué pasa? —pregunté, dejando el lápiz de lado.
Ella se sentó frente a mí, con una postura firme. Tardó en responder, lo que hacía era explorar con la mirada el lugar como si nunca hubiera estado allí.
—¿Cuándo nacerá mi nieto?
Mmh.
¿Qué estaba tramando?
—En dos meses aproximadamente —respondí, intrigado por su interés—. No pensé que estuvieras tan interesada en mi cachorro.
—Haré lo que tu padre debió de haber hecho al principio.
—¿De qué hablas?
Fruncí el ceño.
Mi madre estaba actuando extraño, últimamente no salía de su habitación y se la pasaba llorando día y noche.
—Ya sabes de qué hablo, Silas… —