Naomi.
Una vez en el patio, nos sentamos en unas bancas de piedra y yo no dejaba de ver al hombre que decía ser mi padre.
Se parecía tontamente a mí. Cabello negro como el carbón y brillante gracias a la iluminación del sol, y sus ojos…
Tensé la mandíbula. Él nos abandonó cuando se enteró de mi existencia.
—¿Qué es lo que buscas? —pregunté, directo al grano.
Silas se sorprendió ante mi frialdad. No planeaba perdonarlo y llevarme bien con él.
—Nuestras manadas son enemigas, y tan pronto como te olí aquí… quise avisar del peligro que corres, Naomi —informó, trató de buscar mi mano sobre la mesa de cemento, yo lo esquivé—. Puedo explicar el porqué las dejé. Tu madre me entendió…
—¿Mi madre? —Arrugué la nariz, ofendida—. Mi madre siempre se quejaba de ti porque fuiste un imbécil que no quiso hacerse cargo de su calentura.
Y sí, mamá solía hablarme de papá muy pocas veces, preferí no saber nada de él y lo único que me decía era lo cobarde que fue al dejarnos a las dos.
—¿Ahora quie