Hannah levantó la mirada de la prueba de embarazo y miró a su esposo. Él todavía tenía los ojos clavados en el pequeño plástico entre las manos de ella.
—Un hijo… —murmuró Teo, alzando finalmente la vista hacia ella—. Yo… gracias. —La emoción le quebró la voz.
Él la tomó del rostro con ambas manos y la besó con una delicadeza casi reverente.
—Muchas gracias por esto —susurró contra sus labios—. No tienes idea de cuán feliz me has hecho. Esa ridícula competencia que hicimos en Las Vegas terminó siendo lo mejor que he hecho en mi vida. Y si pudiera volver en el tiempo… sabiendo todo lo que vendría después, volvería a retarte a beber solo para poder arrastrarte a la capilla más cercana y que la historia vuelva a repetirse.
Los ojos de Hannah se llenaron de lágrimas. Había sido un camino extraño, caótico y lleno de giros inesperados, pero tampoco cambiaría nada. De no ser por aquella noche, quizá jamás le habría dado una oportunidad a Teo y jamás habría descubierto lo que significaba el