Teo bajó la mirada hacia Hannah y se inclinó para darle un beso en la cabeza.
—¿Estás bien, cara mia?
—Sí.
—¿Segura? —insistió con suavidad—. No has dicho nada desde que salimos del consultorio de la doctora.
Ella tragó saliva.
—Yo… estoy un poco asustada.
—Me alegra no ser el único —respondió él con una media sonrisa.
Desde que la doctora pronunció la palabra mellizos, un ligero mareo lo había recorrido de pies a cabeza. Por un instante pensó que iba a desmayarse. ¿Emocionado? Sin duda. ¿Aterrado? Como nunca antes en la vida. Pero saber que no estaba solo en esto, que podía contar con Hannah, le daba una sensación de calma.
Ella se separó ligeramente y lo miró a los ojos.
—¿También tienes miedo?
—Por supuesto que sí —respondió de inmediato—. Diablo, amore mio, vamos a ser padres… Eso, de por sí, ya es bastante aterrador. ¿Te imaginas? Un pequeño ser dependiendo de mí para cuidarlo cuando todavía estoy averiguando cómo cuidar de mí mismo. Y ahora resulta que no es uno, sino dos b