Hannah se dejó caer de espaldas sobre la cama, pero apenas unos segundos después se incorporó para tomar su bolso y sacar el celular. Regresó a la cama, se acomodó entre las almohadas y marcó el número de Teo.
—Hola, cara mia.
Una sonrisa se dibujó en su rostro apenas escuchó su voz. Cerró los ojos e imaginó que estaba en casa, que él se encontraba en algún rincón de la habitación. Si se concentraba lo suficiente, casi podía verlo con claridad, su figura llenando la habitación.
—Hola, galán. Acabo de llegar al hotel —respondió—, y como prometí, te estoy llamando.
—Te mereces un premio por ser tan obediente.
Hannah escuchó la sonrisa en su tono, traviesa, ligera.
—Quizás debería haber ignorado tu petición, así obtendría algún castigo —replicó ella, bajando la voz, dejando que la insinuación quedara suspendida entre ambos—. Me gusta cuando te pones creativo.
—Hannah —su voz sonó como una advertencia—. No puedes provocarme cuando estás a kilómetros de distancia y no puedo hacer nada al