Durante las últimas dos semanas, Teo apenas había visto a Hannah. Ella salía temprano por las mañanas y, por las noches, a menudo llegaba tarde así que no solían cenar juntos. Las pocas veces que lo hacían, se limitaban a resumir sus días en unas cuantas frases.
Se habían convertido en dos compañeros de casa con vidas separadas. No habían vuelto a discutir —de hecho, Hannah siempre era cortés con él—, pero Teo extrañaba la cercanía que habían empezado a construir durante la primera semana juntos.
Teo giró la cabeza al escuchar que alguien se aclaraba la garganta y el aliento se le atoró en la garganta al ver a Hannah. Ella estaba al pie de las escaleras, luciendo espléndida.
Se levantó del sillón sin dejar de mirarla, no habría podido hacerlo, incluso si lo hubiera intentado.
Hannah notó el brillo de apreciación en los ojos de Teo y sintió una oleada de orgullo femenino. Sonrió, quizás un tanto engreída, mientras él aún estaba buscando las palabras adecuadas para describirla.
Había