Teo le devolvió la llamada a Sarah en cuanto se encerró en su habitación. Llevó el celular al oído y esperó unos segundos.
—¡Teo! —La voz de la mujer irrumpió con un chillido agudo que le atravesó el tímpano y lo obligó a alejar el celular por un instante—. ¿Cómo has estado? He estado esperando tu llamada. Se supone que ibas a llamarme, pero no he sabido nada de ti.
—Lo siento, bella —respondió él, frotándose el puente de la nariz—. He estado demasiado ocupado.
—Bueno, ya no importa —repuso ella con ligereza—. ¿Qué te parece si nos vemos esta noche? Hay un evento pequeño, algo exclusivo. Resulta que conozco al dueño del local y me invitó. Los dos podríamos...
—No puedo —la interrumpió, cortante.
—¿Me estás rechazando? —preguntó ella, con sorpresa.
—Tengo cosas que hacer —dijo, procurando que su tono no sonara agresivo—. Además, como ya es de conocimiento público, estoy casado. Sé que no te lo confirmé la última vez que hablamos, y me habría gustado decírtelo en persona, no por teléfon