—¿Están listos?— la pregunta que he hecho como por 1237311233 vez y no se rían, pero tener tanta mujer en esta casa es exasperante.
Estamos sentados con Nicco y George en el gran sillón de su sala, porque sí, nos vinimos todos a vivir con ellos hasta que encontremos una casa más grande.
—Esta es una batalla perdida papá, ¿Cierto abuelito George?— y qué hace el viejo, asentir y soltar una enorme carcajada.
—Por supuesto que si, mi querido nieto, Mujeres.
—¡Dios, Mujeres!— ambos resoplan al unísono y yo los miro con cara de espanto, si ya hasta se mimetizan.
—No sé qué las puede demorar tanto, si es una simple barbacoa.
—En eso te equivocas, hijo. Rosita, Gia y Regina se levantaron antes del alba para preparar algo para llevar, ni siquiera me dejaron entrar a la cocina por mi café — exclama exagerado el viejo y yo me tomo los pelos, Gia me va a escuchar, debe cuidarse, está en los primeros meses de su embarazo y ha pasado por muchas cosas estas últimas semanas y ahora ¿se le ocurre coci