Habían pasado varias semanas desde que Daniela y yo recibimos la confirmación oficial: su embarazo avanzaba sin complicaciones. Cada consulta médica, cada latido, cada leve cambio en su cuerpo nos llenaba de esperanza, pero también de un pequeño y constante temor: Mariano seguía suelto.
Aquel desgraciado que había arrastrado a Daniela por años, que la chantajeó con fotos íntimas, que la hizo temblar de miedo más de una vez… aún andaba libre.
Yo no iba a permitir que ese hombre siguiera respirando cerca de ella. La justicia ya le había fallado una vez a Daniela. Esta vez no lo permitiría.
—Lucas —dijo una noche, mientras cenábamos en la terraza del apartamento—. He pensado en lo de Mariano. No puedo seguir viviendo con miedo. No quiero que nuestro hijo crezca con esta sombra encima.
Tomé su mano por encima de la mesa.
—No va a crecer con miedo, te lo prometo. Voy a hacer todo lo posible para que Mariano pague por lo que te hizo.
Ella sonrió con ternura, pero sus ojos mostraban una mezc