Amelia miró su propio vómito en el retrete, sintiéndose aún más enferma. Había sido una semana infernal, nada se asentaba en su estómago. Y para variar, se le había retrasado la regla.
Todas las emociones de los últimos días estaban alterando violentamente sus hormonas.
- Amelia, ¿está todo bien? ¿Puedo pasar? - preguntó la señora Smith al entrar en la habitación.
Amelia salió del baño, visiblemente asqueada.
- ¡Por el amor de Dios, Amelia! ¡Estás pálida! - dijo Helena mientras Amelia se acercaba a la cama.
- Voy a pedirte cita con el médico ahora mismo. - Helena cogió el móvil que llevaba en el bolsillo y llamó a la consulta del médico.
Amelia vio desde lejos cómo Helena se acercaba a la ventana y hablaba por teléfono con la secretaria del médico.
Unos minutos después, Helena colgó y se volvió hacia ella en la cama.
- Ya está, han conseguido hacerte un hueco esta tarde. Ve y ten la seguridad de que yo cuidaré del señor Alderidge. - Helena la tranquilizó, sonriendo a Amelia.
- Graci