Amelia olvidó absolutamente todo lo que la rodeaba mientras besaba a Alexander. Su lengua buscaba la de ella llena de ansia y deseo. Sucedió lenta y profundamente, entre suaves gemidos ahogados mientras sus lenguas se entrelazaban con urgencia y calor, como debía ser.
Ella había besado a otros hombres antes, pero ninguno la besó como él lo hizo. Con ese sentimiento de pertenencia, el mismo sentimiento que Amelia quería negar y del que quería huir con todas sus fuerzas.
- ¿Va todo bien? - Sonó el ronco susurro de Alexander y Amelia abrió los ojos.
Se encontró con su mirada azul y sintió que sus dedos le acariciaban la mejilla.
- ¿Por qué lo preguntas? - preguntó ella.
- Estás temblando, Amy. - Él se quedó pensativo y sólo entonces ella se dio cuenta de que era cierto: estaba temblando en su regazo.
Lo miró fijamente y volvió a sellar los labios.
- No pasa nada, te lo juro. - replicó ella, rozando la punta de su nariz con la de él-. - No era mi intención, ¿sabes?
- ¿Qué pretendías? -