La noche se cernía con suavidad sobre la casa de Avy y Marcus, envolviendo el jardín en una cálida penumbra. Las estrellas, brillantes y dispersas, eran las únicas testigos del recorrido habitual de ambos por los senderos de grava. Era su momento especial, ese en el que dejaban atrás los ajetreos del día y se entregaban el uno al otro, reflexionando sobre su vida, sus hijos y el futuro.
Avy suspiró mientras entrelazaba su brazo con el de Marcus, sintiendo el calor reconfortante de su cercanía. La brisa fresca acariciaba su rostro y jugueteaba con los mechones sueltos de su cabello oscuro. La luna iluminaba apenas lo suficiente para revelar la serena expresión de su rostro, aunque sus ojos estaban cargados de pensamientos.
-¿En qué piensas, amor? -preguntó Marcus, inclinando ligeramente la cabeza hacia ella. Su voz era grave, pero suave, como si temiera interrumpir la quietud de la noche.
-En los niños -respondió Avy, casi en un susurro-. ¿Crees que estamos haciendo lo correcto?
Marcus