Eliezer se adelantó con paso firme, el eco de sus zapatos resonando en el amplio almacén abandonado. Sus ojos, oscuros y calculadores, se clavaron en Claribel como si fueran dagas. Ella, de pie en el centro del lugar, mantenía una postura altiva, aunque era evidente que su fachada comenzaba a resquebrajarse. Su mirada de desprecio no logró ocultar el leve temblor de sus manos. Sabía que estaba acorralada.
—Esto termina aquí —dijo Eliezer, su voz grave y fría mientras alzaba una mano para indicar a sus hombres que rodearan el lugar.
Claribel levantó las manos lentamente, una fingida rendición, pero su rostro mostraba algo muy distinto: rabia contenida, orgullo herido, y una chispa de desafío que no lograba apagar.
—¿De verdad crees que esto es el final, Eliezer? —su voz era un veneno suave, un susurro peligroso que contrastaba con la tensión que llenaba el aire —Todavía no sabes lo que he preparado.
Eliezer no contestó. Estaba cansado de sus amenazas, de sus mentiras. Dirigió una mirad