Guille
El rugido de la moto se mantuvo al doblar la esquina. Aceleré un poco más de lo necesario; quería llegar rápido, tenía que verla.
La victoria, el dinero, la promesa de Arturo Castillo… nada de eso importaba si no tenía a Gala a mi lado.
Frené frente al edificio y lo primero que vi fue su silueta. Ella estaba sentada en los escalones de la entrada, escondiendo el rostro entre las manos.
—¡Gala! —dejé caer la moto contra el soporte y corrí hacia ella.
Apenas me escuchó, se levantó para recibirme. La envolví en un abrazo fuerte, temiendo que, si no lo hacía, se desvanecería entre mis brazos.
Sentí su cuerpo rígido, frágil, y sin embargo vivo. El calor de su piel atravesó la ropa hasta encender la mía con un escalofrío.
Pero de golpe me di cuenta de que todavía estaba empapado de sudor, con la ropa de la pelea y el olor metálico de la sangre seca en mi labio. Me alejé un paso, incómodo.
—Perdón… ni siquiera me bañé. Vamos adentro.
Ella asintió en silencio. Abrí la puerta despacio