2.22. Los vamos a sacar de ahí.
Las aguas tumultuosas de Santorini se habían calmado tras la tormenta, dejando a Ian y Alessandra a la deriva en un mar sereno pero implacable. Agotados, sostenían un trozo de madera del naufragado yate, salvavidas en medio del inmenso mar Egeo.

—Alessandra, ¿estás bien? —preguntó Ian, con voz ronca por la sal y el esfuerzo.

—Sí, pero estoy cansada, Ian —respondió ella, tratando de mantenerse despierta y alerta.

De repente, en la distancia, se oyó el sonido de un motor. Los ojos de Ian se iluminaron con un atisbo de esperanza. —¡Allí! ¡Es un barco! —gritó, agitando sus brazos con todas sus fuerzas.

A medida que el sonido del motor se acercaba, pudieron distinguir la distintiva figura de un barco de guardacostas. La embarcación, pintada de un blanco brillante con franjas azules y rojas, se acercaba rápidamente a ellos.

—¡Aquí! ¡Estamos aquí! —gritaba Alessandra, su voz llevando un tono de urgencia y alivio.

El barco de guardacostas disminuyó la velocidad al acercarse, y un guardacostas
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