—¿Qué haces parada ahí? ¡Súbete a la motocicleta? —exclamó Sergio.
Luna apretó ligeramente los labios:
—Sergio, la verdad es que no tengo muchas ganas de salir.
—¿Acaso quieres ser una idiota aburrida? ¡Apúrate y súbete a la motocicleta, me estoy congelando! —urgió Sergio.
—Peor, ¿adónde vamos…?
—A un lugar bastante genial...
Finalmente, Luna se subió a la motocicleta. Nunca había estado en una motocicleta como aquella. Sergio se volteó y examinó su rostro, frunciendo el ceño. Luna se sintió desconcertada por su mirada y le preguntó:
—¿Por qué me miras así?
Sergio extendió la mano, deshizo el moño que ella llevaba en la cabeza, luego le colocó el casco y tomó el elástico que había quitado en su muñeca. Y le ordenó:
—¡Abrázame!
¿¡Qué!?
No sabía si era debido al clima o a sus palabras, pero Luna sintió que sus orejas se entumecían al instante. Agarró levemente los lados de la chaqueta de Sergio mientras decía:
—Ya está. Vamos.
—¿Por qué no me abrazas firmemente?
Con las manos enfundadas