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Capítulo 43: Una mujer amargada

El acto en sí (esconder la salchicha, rápido y sucio, ya sea entre sábanas calientes de amantes o contra azulejos helados de un baño robado) te devora vivo. Te hunde, te inunda la cabeza de fuego, te desnuda de razones y de pudores hasta que solo queda el hambre cruda: tocar, lamer, perseguir esa ola cegadora que te rompe en mil pedazos.

La espalda de Natalia dio contra la pared con un golpe sordo; el mármol le chupaba el calor de la piel. El vestido de seda se rindió en cuanto los dedos de William hallaron la cremallera; los dientes se abrieron como si tuvieran prisa por dejarla desnuda al frío. No podía mirar a ningún otro lado: los frescos del techo se le deshacían porque él la tenía clavada con los ojos. Su boca se instaló en la curva del cuello, besos abiertos que le marcaban el pulso. Ella se agarró a él, uñas arañando la lana fina de la chaqueta, brazos demasiado cortos para rodear toda esa espalda.

En algún rincón lejano aún parpadeaba el miedo a que una criada doblara la esqu
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