Unas horas antes de que Marcus Hale llamara a Dempsey
Había algo que venía con el hecho de cazar a alguien siguiendo las reglas: era un trabajo endemoniadamente duro y drenaba hasta la última gota de energía. Como ahora, que su cuerpo sobrevivía a base de bagels y cafeína, tragando taza tras taza de café para ahuyentar el sueño. Marcus Hale se había arrastrado por todo Los Ángeles, hasta llegar al Central Park. Cuando bajó del coche, sus botas estaban cubiertas del polvo de dos días; su abrigo marrón olía a mugre y grasa; su sombrero negro parecía llorar de tanto uso continuo. Las ojeras le pesaban bajo los párpados, y le dolían al tocarlas. Su rostro estaba cubierto de un vello blanco corto que brotaba por la barbilla y las mejillas, áspero y punzante al tacto.
Sacó a la vez un encendedor y un cigarrillo de los bolsillos. Dos chispas, y la punta encendió. Inhaló y soltó el humo despacio. El sabor amargo le recorrió los nervios y aspiró con fuerza, tragando saliva. No le importaba lo